Excursión de Anton Goering a la Sierra Nevada (1869)
Rubén Alexis Hernández
En
el presente escrito se hace la transcripción parcial de la excursión científica
del naturalista “alemán” Anton Goering a la Sierra Nevada, llevada a cabo en
1869, y que posiblemente fue hasta esa fecha uno de los recorridos más
exhaustivos llevados a cabo en dicho conjunto orográfico. En tal excursión, Goering
estuvo a punto de ascender con éxito al pico Bolívar, denominado La Columna en
aquellos años:
“Mi
intención era permanecer en la sierra, tanto tiempo como me fuera posible a fin
de coleccionar y dibujar a mis anchas; para esto debía llevar conmigo una
cantidad bastante grande de víveres: carne de res, pan blanco, maíz, café,
azúcar, el doméstico licor de anís, y otras cosas más. Efectué mi salida en
junio con un tiempo favorable. En las tempranas horas de la mañana, arrancó de
Mérida mi pequeño grupo de viaje compuesto de cuatro personas. Comenzamos
descendiendo al valle del Chama (…). El camino en innumerables curvas nos
llevaba por las escarpadas laderas cubiertas de hierba y monte bajo (…). Antes
de penetrar en el bosque (…), dirigí una mirada hacia el valle de Chama con las
montañas del Escorial, detrás de la cuales se eleva la cadena de los páramos de
la Culata y del Pan de Azúcar, cuyas crestas y picos estaban cubiertos de nieve
(…). Al entrar en la floresta (…). Todo el bosque brillaba de rocío y sus
destellos aumentaban aún más la belleza general. A una altura de 2.500 mts. en
un recodo del camino fui sorprendido por la repentina presencia de un oso
andino (…). El Ursus ornatus, es la única especie de oso grande existente en
América del Sur y tanto en Venezuela como en Colombia sólo se encuentra en las
grandes alturas de la Cordillera hasta los páramos. Por la tarde llegamos al
límite superior del bosque; los árboles se mostraban cada vez más achaparrados
y más cubiertos de musgo (…). A unos 3.000 metros hicimos un alto cerca de las
llamadas ‘puertas’. Estas, construidas con troncos de árboles, se encuentran
diseminadas por todas las alturas de la Cordillera en donde las sendas del
bosque llevan a páramos inferiores o a regiones de sabanas y tienen por objeto
impedir que el ganado mientras pace, penetre en el bosque. En este lugar había
una cabaña ruinosa utilizada a veces por los pastores o los buscadores de
hielo. También nosotros la aprovechamos e hicimos de ella nuestro refugio
nocturno. No pasó mucho tiempo para que chisporrotearan unas encendidas brasas
sobre las cuales dispusimos un suculento asado de cervato.
Desde
muy temprano por el lado de una pequeña laguna rodeada de matorrales bastante
crecidos, penetramos en la zona de sabanas y con ello habíamos llegado a los
páramos. Desde aquí gozamos de una admirable vista sobre el pico nevado de La
Concha de 4.700 mts de altura, ahora bastante cerca y brillando bajo los rayos
del sol matutino (…). El camino ahora obligó a rezagarnos; el sol había
descendido bastante cuando nosotros giramos a su izquierda para descender al
angosto valle Quintero, donde ya señoreaban las penumbras. Masas de nubes
blancas y grises pasaban velozmente por debajo nuestro hacia las alturas de los
páramos. ‘El espanto de la sierra’, exclamaron mis acompañantes (…), en
llegando a Casa Quintero cayó sobre nosotros una persistente lluvia mezclada
con nieve. La puerta de la casa estaba cerrada con un candado por lo que
tuvimos que resignarnos a pasar la noche junto a la choza completamente
desabrigados. Bajo el alero izquierdo de la fachada, por cierto profusamente
perforado, instalamos nuestro dormitorio, taller y cocina, para lo cual nos
fueron de mucha utilidad las hojas de frailejón (…). Después de una permanencia
de ocho días en los páramos, observé que había escampado el tiempo y me decidí
a escalar el picacho de La Columna (…). Al principio todo iba muy bien, más
luego nos vimos forzados a abandonar el camino de herradura (…). La subida se
acentuaba cada vez más para terminar en una cuesta empinada y escabrosa (…),
después de cuatro horas de fatigosa ascensión alcanzamos el extremo de una
cresta lateral del pico (…), contemplábamos a nuestros pies un campo de nieve
en este momento particularmente crecido, pues fuertes nevadas habían tenido
lugar en los últimos tiempos (…). Aunque ya me parecía imposible escalar el
propio pico debido a su escarpadura, abrigaba la esperanza de tentar la suerte
al día siguiente (…). Mis acompañantes insistían en el descenso, cosa a la que
finalmente tuve que acceder en contra de mi voluntad. (…)”.
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