Breve escrito sobre la “rebelión” merideña de septiembre de 1810
Rubén Alexis Hernández
El 16 de septiembre de 2010 se cumplieron 200 años en Mérida de un acontecimiento
que ha sido considerado como un hito en la Historia regional: la formación de una junta
gubernativa interina, a semejanza de lo ocurrido en Caracas el 19 de abril de 1810, y por
supuesto en otras ciudades de Hispanoamérica. Naturalmente dicha junta ratificó
la obediencia política de los merideños al rey Fernando VII, en el contexto de la usurpación
de la Corona Española por parte de la élite político-militar francesa encabezada
por Napoleón Bonaparte.
Ahora bien, desde el mismo siglo XIX se ha venido señalando en círculos académicos y
políticos de la provincia y posterior estado Mérida, que la Junta de Gobierno instalada el
16 de septiembre de 1810, fue de corte revolucionario e independentista, claro ejemplo de
la rebelión no sólo contra el Imperio español, sino contra Maracaibo, entidad de la que se
separó ese mismo año. Sin embargo, la sola reafirmación de fidelidad de las autoridades
merideñas al rey español, ya contradice a quienes han interpretado el acontecimiento como
una supuesta rebelión independentista. De hecho, la Junta Suprema de Mérida, defensora
de los derechos de Fernando VII, reiteró en diversas frases del acta del 16 de septiembre su
adhesión a la Corona, debido evidentemente a que aún la consideraban como la autoridad
soberana original:
“Y seguidamente gritó el pueblo: viva la Junta Suprema de Santa Fe a nombre del señor
don Fernando VII, viva la Junta Suprema de Barinas a nombre de don Fernando
Séptimo, viva la Junta Suprema de Pamplona a nombre de don Fernando Séptimo, viva
la Junta Suprema del Socorro a nombre de don Fernando Séptimo; cuyos ecos fueron
consentidos, aprobados y aplaudidos por todos los demás señores y cuerpos arriba
denunciados que se hallan congregados en la Sala de Ayuntamiento”.
En realidad la Junta Suprema de Mérida de 1810, ante la aparente ilegitimidad
de la regencia española, institución que desplazó a la Junta Central defensora de Fernando
VII en la Península Ibérica, buscaba que la provincia merideña no permaneciera
Políticamente acéfala. En este sentido la Junta Suprema terminó como la depositaria
interina de una soberanía que aún emanaba de la Corona, al menos mientras
no se hiciera realidad el proyecto independentista venezolano. De manera que
Antonio Rodríguez Picón y otros 11 vocales, reemplazaron inmediatamente a todas las
autoridades que habían gobernado hasta el momento en Mérida, no porque éstas hubieran
representado al Imperio español, sino porque ya no se les consideraba legítimas
representantes del monarca.
Por cierto que los vocales que conformaron la Junta Suprema merideña fueron electos por
votos secretos, hecho que ha dado pie a algunas opiniones erróneas o sobredimensionadas
respecto al carácter “revolucionario” o “democrático” del 16 de septiembre de 1810. Nada
más lejos de la realidad, considerando que solo un puñado de individuos pertenecientes a
la élite eclesiástica, política, militar y económica merideña, se encargó de
elegir a los “representantes del pueblo”. De hecho, la escogencia final de los vocales de
la junta estuvo a cargo de un presbítero (Mariano de Talavera), de un sargento (Lorenzo
Maldonado), de un hacendado (Vicente Campo Elías) y de un comerciante (José Arias), lo
que indica a todas luces el carácter excluyente de los acontecimientos de septiembre de
1810 en Mérida. A esto cabe agregar que la sociedad merideña de la época
era extremadamente conservadora en lo relativo a las diferenciaciones raciales
y socioeconómicas, con escasísimo margen para el surgimiento de movimientos
populares revolucionarios.
En relación a la separación de Mérida respecto de Maracaibo, proceso acontecido tras la
creación de la Junta Suprema merideña, también se han emitido diversos comentarios
relativos a una supuesta rebelión merideña frente a la “sumisión” maracaibera a la
Corona. En este sentido, numerosos “intelectuales” han creído que dicha acción
separatista se debió a que Mérida anhelaba la independencia, mientras que Maracaibo
quería seguir fiel a la Corona; pero la verdad es que ninguna de las dos provincias se
decantó en 1810 por la separación del Imperio español. Mientras que los merideños
apostaron por la defensa de Fernando VII mediante la Junta Suprema, los maracaiberos
optaron por darle un voto de confianza a la regencia, factor que en definitiva desencadenó
la desunión de Mérida y Maracaibo:
“Este sistema de gobierno legítimo, según las leyes y los principios del derecho de gentes,
ha sido adoptado por Santa Fe, Cartagena, Cumaná, Margarita, Barinas,
Socorro, Pamplona, y por las ciudades, villas y lugares de estos numerosos
departamentos en donde reina en el día la mayor tranquilidad, se administra rectamente
la justicia, se abren los canales de la prosperidad, y no se oye sino la voz de la concordia,
de la obediencia en favor de su desgraciado rey y contra el tirano de la Europa.
Gobernada Mérida por los mismos principios, instruidas por las mismas verdades que
fueron y meditadas por sus habitantes, y animada de estos nobles ejemplos, adoptó el
mismo sistema, se desprendió de Maracaibo, cuyo antiguo jefe elevado por la Regencia a
la Capitanía General de Venezuela la mandaba nulamente, y concentró en sí la autoridad
suprema por medio de la instalación de otra Junta formada por el Pueblo y corporaciones
particulares”.
En verdad el desmembramiento de la provincia de Mérida de Maracaibo constituyó, más
que un hecho intempestivo derivado de la supuesta simpatía o antipatía independentista de
merideños y de maracaiberos en 1810, la crónica de una muerte anunciada. Considérese
que prácticamente desde la creación de dicha provincia, en 1676, las autoridades merideñas
y maracaiberas tuvieron serias diferencias en diversas índoles, especialmente en
lo administrativo y en lo económico.
Más allá de que para septiembre de 1810 algunos personajes estaban convencidos de que
la independencia de las provincias venezolanas era inminente, la Junta Suprema de
Mérida no fue de ninguna manera un organismo separatista, rebelde o revolucionario.
Siguiendo el ejemplo que Caracas dio, la junta de Mérida respondió al vacío político que
representaba para las élites locales la usurpación de la autoridad Real española, y no a la
intención de romper los vínculos coloniales. No fue sino hasta el año de 1811 cuando se
inició el proceso independentista como tal en la provincia de Mérida.
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