Nota sobre el origen del patrimonio territorial de la Universidad de Los Andes
Rubén Alexis
Hernández
En
el contexto de la terrible crisis socioeconómica que azota a Venezuela, es
innegable la complicada situación de las universidades públicas, con recursos
humanos y materiales cada vez más limitados; no obstante este crítico panorama,
la Universidad de Los Andes, una de las más antiguas Casas de Estudios
Superiores del país, preserva algún patrimonio territorial en la ciudad de
Mérida y otros lugares del estado homónimo. Patrimonio cuyo origen, por cierto,
no es precisamente honrado, justo y decente, al menos en gran medida. En este
sentido, ¿sabía usted, amigo lector, que buena parte de los terrenos ulandinos
perteneció a la Iglesia Católica durante el periodo colonial?, ¿tenía conocimiento
de que la mayoría de bienes de una orden como la jesuita terminó en manos de la
Universidad de Los Andes? (Ver Edda O. Samudio A. El Edificio Central de la Universidad de Los Andes. Mérida: Universidad
de Los Andes, 2010).
De
entrada no deberíamos sorprendernos por esto, pero resulta que en torno a las propiedades históricas de la ULA hay dos
elementos a considerar: 1) Fueron obtenidas a costa del despojo territorial a
los indígenas; y 2) las unidades productivas establecidas en tierras despojadas
estuvieron operativas gracias al ignominioso trabajo esclavo.
En el primer caso, considérese que la Iglesia
Católica arrebató tierras a los indígenas o adquirió terrenos que antes se los
apropiaron encomenderos y otros colonizadores en perjuicio
de los aborígenes, quienes las
habían poseído y
usufructuado colectivamente
con mucha anterioridad a la llegada
de los invasores
europeos a territorio merideño.
No se conformaron las autoridades eclesiásticas con adoctrinar a los naturales en
el cristianismo, en desmedro
de sus antiguas
creencias, sino que contribuyeron
a su desarraigo territorial y a su confinamiento en unas cuantas hectáreas en la
provincia de Mérida (incluidas las zonas de resguardo), donde predominaban los suelos
improductivos o de limitado potencial agrícola. Mientras tanto órdenes como la jesuita,
se apropiaron progresivamente de las mejores tierras, de ‘lomito’ como
se denominan coloquialmente. Este nefasto proceso de despojo ha sido uno
de tantos “errores” cometidos por la élite católica en nombre de Dios; tengamos
en cuenta que todo aquello cuanto “descubrían” los conquistadores avalados por
la Corona Española, pertenecía por “Gracia Divina” a la Monarquía, que a su vez
delegaba dicha pertenencia en los colonizadores de las Indias, incluyendo a la
Iglesia Católica.
En segundo
lugar es importante
destacar que en
una importante porción
de las
tierras despojadas por la Iglesia a los indígenas merideños, y de
aquellas que fueron adquiridas de encomenderos y otros personajes coloniales,
se fundaron explotaciones agropecuarias en las que no se reflejó precisamente
el espíritu cristiano que se supone debía guiar a los sacerdotes. En este
contexto mencionamos nuevamente a los jesuitas, propietarios en la jurisdicción
merideña de más de una decena de haciendas para mediados del siglo XVIII, y de
nada más y nada menos que varios centenares de esclavos (obviamente ‘negros’).
Sí amigo lector, aunque usted no lo crea, o no quiera creerlo, la “humanitaria”
Iglesia Católica llegó
a ser durante
el periodo colonial
merideño una institución esclavista por excelencia,
involucrada incluso en la comercialización de esclavos, según consta en
numerosos documentos de la época. Para la Iglesia los ‘negros’ eran poca cosa,
prácticamente unas bestias que merecían tan desafortunado destino. Incluso los
sacerdotes jesuitas consideraban como algo impuro el hecho de aplicar castigo corporal
a los esclavos por sus propias manos. Los curas seguramente pensaban: ¡Qué otros
se manchen con la sangre de seres tan viles¡ (Ver Edda O. Samudio A, "El Colegio
San Francisco Javier en el contexto de
la Mérida Colonial”. El Colegio San
Francisco Javier en la Mérida Colonial. Germen Histórico de la Universidad de Los Andes. Mérida: Universidad de
Los Andes, Tomo I, vol. I, pp. 247-250, 2003).
He
ahí pues, que el origen en buena medida del patrimonio territorial histórico de
la Universidad de Los Andes es injusto, sucio, inhumano y sangriento, producto
del despojo y de la ignominiosa esclavitud. Nada que ver con la filosofía de
vida resumida en parte en el siguiente proverbio sioux: “Nosotros no heredamos la tierra
de nuestros ancestros; sólo la tomamos prestada de nuestros hijos”.
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